HISTORIA MARINERA
UNA HISTORIA… DE PELÍCULAS
Roberto Benavente Mercado
Contraalmirante
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Patrullero Lautaro, febrero de 1964. Finalizaba mi año de mando cuando recibí la orden de cumplir una comisión bastante diferente: Transportar un equipo completo de filmación universitaria al faro Evangelistas y al cabo de Hornos para captar escenas sobre el aprovisionamiento de ambos faros. Considerando las dificultades que se preveían en esa época del año en que los vientos del oeste soplan con inusitada violencia, la Orden de Viaje establecía un plazo de tres semanas para el total cumplimiento de la misión, que interesaba especialmente a la Comandancia en Jefe de la Armada.
El equipo estaba integrado por cuatro hombres y una mujer. Lo dirigía Rafael, a quien colaboraban Andrés, René y Pablo en las tareas de iluminación, montaje y transporte. La secretaria del grupo se llamaba María Angélica y el enlace y coordinación en Santiago estaba a cargo de María Teresa. La apreciación de la situación nos llevó a la resolución de iniciar la tarea en el cabo de Hornos, ya que Evangelistas tenía un pésimo pronóstico de tiempo para los próximos días.
En Hornos, el patrullero Lientur había instalado una baliza luminosa el 2 de noviembre de 1962, que se encontraba apagada debido a las dificultades que se presentan habitualmente para llegar al lugar. Si es difícil reencender el faro, puede imaginar el lector cuánto más se complicaba la tarea al tener que desembarcar, además, un grupo de «cucalones » -civiles embarcados- incluyendo una mujer y los pesados equipos de filmación de la época.
Zarpamos de Punta Arenas hacia el sur, capeamos un poco la gruesa marejada del Brecknock navegando el canal Ocasión, entramos a bahía Desolada -que le hace honor al nombre- y seguimos por los canales Ballenero y O’Brien, para admirar posteriormente los hermosos ventisqueros del brazo noroeste del canal Beagle, tomar el Murray, cruzar la bahía Nassau y, a través del canal Franklin, avistar por babor el imponente y majestuoso peñón de 425 metros de elevación que lleva el nombre de Hornos en homenaje a la ciudad holandesa de Hoorn, donde se organizó la expedición de Jacobo Le Maire y Guillermo Schouten, que el 28 de enero de 1616 descubrieron el famoso cabo al incursionar desde el Atlántico hacia el Pacífico por el extremo austral de América.
Las condiciones del tiempo eran duras, pero manejables, con viento del noroeste fuerza 4 a 5 y marejada. Con precaución entramos y fondeamos en la pequeña ensenada que se abre al noreste del faro y después de numerosos intentos debido a la violencia de la rompiente en la costa, el oficial al mando logró varar la ballenera y desembarcar el equipo de filmación y el grupo de marineros que transportaría los acumuladores y herramientas para reencender el faro. La caminata no era inferior a los 800 metros. Las caídas entre los turbales eran frecuentes y peligrosas pues los acumuladores de acetileno se llevaban al hombro y pesaban alrededor de 60 kilos cada uno.
La faena se cumplió cabalmente. El faro fue reencendido -reafirmando la soberanía de Chile en aquel desolado territorio- y el equipo fílmico captó principalmente la flora del lugar -increíblemente salvaje y bella- que cubre la esponjosa turba con un manto de helechos, líquenes y flores de diversos tipos, matices y colores.
Habíamos cumplido la primera tarea en tiempo récord. y bien nos merecíamos un descanso reparador en espera de que mejorasen las condiciones meteorológicas en Evangelistas, reconocido como uno de los faros más inaccesibles del mundo. Construido sobre un peñón rocoso de 60 metros de altura por el ingeniero inglés George H. Slight, entre 1893 y 1896, para señalar el acceso occidental al estrecho de Magallanes, su importancia sigue siendo válida hasta nuestros días -pese a los adelantos de la técnica- y constituye una importante estación meteorológica para pronosticar el tiempo desde el golfo de Penas hasta el paso Drake.
Nos fuimos a Puerto Williams para admirar desde allí los «dientes de Navarino», la cascada que impulsa la turbina que provee energía eléctrica, las «pirámides» de Yendegaia y la frondosa vegetación de cipreses inclinados hacia el oriente como consecuencia de los fuertes vientos prevalentes del oeste.
El descanso fue breve pues el «meteo» de la tarde permitía presumir un cambio de tiempo en las próximas 48 horas. Con ayuda de la sirena del buque y del personal de la estación naval reembarcamos la dotación y los filmadores, zarpando a toda máquina hacia el occidente. Teníamos que recorrer 400 millas en 35 horas, lo que sólo era posible acortando el camino a través del canal Bárbara para salir al estrecho de Magallanes al sur del paso Inglés y proseguir desde allí por los pasos Tortuoso, Largo y del Mar, hacia el tenebroso cabo Pilar.
Durante el viaje informamos más detenidamente a nuestros pasajeros sobre el faro Evangelistas. Si al llegar el tiempo no era favorable -condición normal en el área-esperaríamos en alguno de los fondeaderos próximos: puerto Cholgas y caleta Overerend eran buenos surgideros y el primero le hacía honor a su nombre. También estaba la alternativa de puerto Ramón -en el canal Anita- y puerto Cuarenta Días, allí donde -según se cuenta- el pequeño escampavía Porvenir tuvo que esperar un largo plazo sin lograr efectuar el reaprovisionamiento debido al persistente mal tiempo, debiendo regresar a Punta Arenas a rellenar carboneras y víveres antes de volver a emprender la difícil tarea.
Se recuerda, además, que en 1948 la situación en el faro llegó a ser tan crítica por falta de víveres, que el en ese entonces Teniente 2° Carlos Borrowmann S. lanzó alimentos sobre el peñón desde un avión Lockhead Electra facilitado por la Línea Aérea Nacional, con lo cual se logró superar transitoriamente una situación que había llegado a ser dramática debido al persistente mal tiempo que impidió al RAM Cabrales, fondeado en puerto Ramón, aprovisionar el faro después de 17 días de espera. Alguien contó la experiencia de haberse golpeado la ballenera contra una roca saliente del paredón vertical de 12 metros de alto, con escala de jarcia para trepar al peñón en el ir y venir -como en el subir y bajar- del permanente oleaje del lugar, logrando apenas regresar a bordo con la embarcación completamente inundada y la dotación con el agua a la cintura.
Lo macabro de las experiencias vividas u oídas mantenía a nuestros «cucalones» bajo una indisimulada aprensión. Para calmar los ánimos finalicé el tema diciendo: -Bueno, aprovisionar el faro es difícil, pero no imposible. Dejo constancia que desde su construcción hasta la fecha nadie ha perdido la vida en ese inhóspito lugar y tomaremos todas las precauciones necesarias para que nada suceda en esta oportunidad.
Llegamos a Evangelistas con las primeras luces. El tiempo era variable, con viento del oeste de regular intensidad y barómetro bajando rápido. La faena se inició inmediatamente después de fondear. No fue fácil convencer a los cineastas de que las condiciones eran razonablemente buenas y por fin se embarcaron en la ballenera y subieron al peñón amarrados con un nivelay de seguridad, salvavidas de chaleco colocado, etc.
La «tincada» del cambio de tiempo había sido acertada. Después de seis horas «en faena de guerra» habíamos cumplido la tarea. Los filmadores tomaron sus películas y el reembarco finalizó justo cuando el viento había rolado al noroeste acrecentando su intensidad, lo que habría obligado -de todos modos- a suspender el aprovisionamiento.
El equipo fílmico irradiaba felicidad. Habían filmado detenidamente los aspectos más relevantes del aprovisionamiento, el antiguo carrito de carga y los rieles que accedían a la cumbre del peñón donde se alza majestuosamente la hermosa casa del faro, una construcción de mampostería de fines del siglo XIX, muy bien diseñada, donde vivían ocho hombres solitarios, vigilantes atentos de su trabajo principal : Mantener encendido el enorme faro a parafina con alcance de 25 millas y emitir boletines meteorológicos cada 4 horas a la radioestación naval de Magallanes.
Agotados físicamente nos fuimos a buscar refugio hacia el golfo Sarmiento, fondeando en puerto Cholgas en busca de un merecido descanso y para capear el nuevo frente de mal tiempo que se avecinaba.
Fue entonces cuando María Angélica le sugirió al director la idea de crear un argumento adecuado para implementar mejor el significado de la «proeza» que recién había finalizado. Requerido al respecto, expresé mi conformidad ya que la misión principal se había cumplido plenamente. Nos iríamos a Guarello a filmar las escenas que fueran necesarias, ya que allí había un excelente muelle, agua y corriente de tierra y ningún consumo de combustible.
Durante la permanencia en Guarello el equipo de filmación trabajó afanosamente en el guión y en la temática de la película y toda la dotación del Lautaro participó en alguna medida en la filmación, que se refería principalmente a cómo empleábamos el tiempo a bordo mientras esperábamos tiempo favorable para aprovisionar Evangelistas. La compaginación del tema era asunto secundario y el aspecto técnico de las secuencias se arreglaría en el laboratorio.
Diariamente, a mediodía, recibíamos la prensa naval con las informaciones y noticias más importantes de Chile y del exterior. Cierto día apareció la siguiente información procedente de Estados Unidos: «Compañía cinematográfica se querella contra la Kodak por falla de material fílmico, lo que obligará a repetir las tomas cinematográficas de varias películas en proceso de filmación.»
– Diablos -comentó el director-. Espero que esto no nos afecte a nosotros. Estamos usando películas Kodak…
La noticia de prensa -absolutamente real- y el comentario posterior del director fueron suficientes para producir la chispa que encendió la hoguera que nos mantuvo «ocupados» durante las dos semanas siguientes. Secretamente me reuní con mis oficiales y les dije : -Es costumbre en la armada someter a prueba a los «cucalones» a bordo de los buques de guerra . Prepárense, pues ese capítulo tradicional se inicia en este momento…
Nuestra actuación y permanencia en Guarello se prolongó por unos cuantos días más y cuando finalizaba la película nos fuimos más al norte para explorar el seno Penguin y atravesar el paso del Indio, la angostura Inglesa y el estuario del Baker, lugares de una naturaleza exuberante y llena de contrastes.
Diariamente leíamos la prensa naval. Eventualmente aparecía algo relacionado con el litigio contra la Kodak:
«Prosigue la querella. Los daños son cuantiosos…»; «Se dice que otras compañías cinematográficas han comprobado la misma deficiencia…»; «Productores se querellan contra la Kodak… «; «Malestar generalizado y millonarias demandas contra la Kodak…»; «Actores y actrices exigen indemnización a las firmas productoras…»; «Los distribuidores se querellan con las productoras por incumplimientos en los plazos y contratos…».
Pese a lo pesimista de las noticias, los cineastas embarcados seguían filmando y disfrutando del paisaje. Casi todos los días recibían un mensaje de María Teresa -la coordinadora en Santiago- con noticias tranquilizadoras respecto a la normalidad con que se desarrollaban las actividades del instituto fílmico en la capital. Durante la navegación por los canales patagónicos no estuvieron ausentes del enfoque de las cámaras los indios alacalufes de puerto Edén, los patos a vapor del paso del Abismo, ni los sufridos colonos de caleta Tortel, en la desembocadura del río Baker. Tampoco escapó a la clara percepción de los cineastas la extraordinaria y patriótica labor que cumple nuestra armada en estas alejadas y desoladas regiones del Chile austral.
Pero no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague… Se nos acababan las tres semanas y era necesario regresar a Punta Arenas. Mientras tanto, la prensa naval insistía en sus inquietantes noticias: «La capital del cine norteamericano en apuros por litigio con la Kodak. Asegura que los filmes europeos arrasarán en Cannes…»
Como era habitual, antes de llegar a Punta Arenas recalamos por algunas horas en puerto Angosto, un maravilloso surgidero ubicado en el Estrecho, casi frente al faro Cooper Key, al pie de una montaña rocosa de color rojo, desde donde desciende una imponente y bellísima cascada, al pie de la cual se extraen los mejores choritos magallánicos.
Esa noche, mientras saboreábamos los deliciosos productos del generoso mar chileno, en un ambiente de gran camaradería, el radiotelegrafista interrumpió la cena pidiendo permiso para entregarme un mensaje urgente. Su texto era el siguiente:
«Para Rafael, director del equipo fílmico: lamento comunicarle se ha comprobado fehacientemente películas Kodak empleadas filmaciones zona austral corresponden partida fallada en USA pto. Asesor legal instituto inició trámites presentación demanda judicial daños y perjuicios pto. Mayores detalles su llegada Santiago pto. Atentos saludos. (Fdo.) María Teresa.»
Después de casi tres semanas con los cineastas yo había aprendido algo sobre el arte de actuar. No hice ningún comentario, pero mi expresión de preocupación parece que fue muy bien lograda.
Al finalizar la cena se me acercó René, el asesor técnico, para decirme:
– Comandante, lo noté preocupado al leer el mensaje urgente que le trajeron durante la cena.
– Mire, René -contesté. No es nada importante. Usted sabe que jamás se puede alcanzar el éxito en todo.
– Tiene usted razón, pero me doy perfecta cuenta de que hay algo que verdaderamente le preocupa y me gustaría ayudarlo… ¿No confía usted en mí?.
– Mire, mi amigo, confío en usted plenamente y estoy dispuesto a contarle de qué se trata con una sola condición…
– Estoy dispuesto a aceptar lo que sea -respondió.
– Se trata de un mensaje de María Teresa para Rafael.
– ¿Acaso le ha pasado algo? -inquirió.
– No, René, a ella no le ha sucedido nada, pero las noticias no son buenas. Se lo contaré todo si me promete usted no decir nada al resto del equipo, por lo menos hasta después de llegar a Punta Arenas.
– Lo prometo -respondió. Seré como una tumba.
La ansiedad se reflejaba en su rostro y con gran sentimiento le dije:
– Mire. Lea usted mismo el mensaje. Nada ganaremos ahora informando a los demás sobre esta lamentable situación. Será mejor que María Teresa les informe detalladamente cuando lleguen ustedes a Santiago.
Al leer el mensaje, René se afirmó en un estanche para no caer… Su rostro estaba pálido y demudado. Me dijo: -Esto es lo peor que nos podría haber sucedido. Usted sabe, mejor que nadie, cuánto nos ha costado realizar este trabajo en condiciones tan difíciles… ¿Qué haremos ahora? ¿Cuándo volveremos a conseguir otro buque para filmar Evangelistas y el cabo de Hornos? ¡Cuántos esfuerzos, sacrificio, gastos y riesgos para que al final… nada! ¡Es horrible…!
Traté de tranquilizarlo pasándole disimuladamente un impecable pañuelo blanco -preparado especialmente para ese momento- y le dije: -No olvide su promesa… Mañana será otro día… Buenas noches.
Antes de las 6 de la mañana el equipo fílmico estaba completo en el puente. Sus rostros se veían pálidos y demacrados, consecuencia probablemente de alguna mala noticia que les impidió conciliar el sueño.
Sin embargo, como en el poema… nadie dijo nada… limitándose a confirmar que esperaban viajar a Santiago en el avión de esa tarde.
Solícito, les dije: -Bueno, creo que hemos pasado tres semanas inolvidables. Hemos vivido juntos un poco la aventura de la vida en el mar y hemos admirado un pedazo desconocido de nuestro querido Chile. Además, gracias a Dios, nuestras relaciones personales han sido excelentes y hemos congeniado plenamente. Quiero sugerirles que bajen a tierra a comprar un regalito para la familia y pedirles -en representación de todos los oficiales de mi buque- que regresen a bordo a almorzar a las 12 en punto. Yo me encargaré de conseguir un vehículo de la armada para que los transporte al aeropuerto oportunamente.
Así se hizo. Al mediodía el grupo regresó a bordo con algunas compras y un gran paquete con típico chocolate regional. Me contaron que habían asistido a la Catedral para dar gracias a Dios por todos los beneficios concedidos… y por llegar sanos y salvos.
El aperitivo fue el tradicional pisco sour naval acompañado con papas y empanaditas fritas. En el momento oportuno tomé la palabra e inicié un aparentemente improvisado discurso de despedida, destacando la importancia de haber vivido juntos esa memorable jornada, con no pocos riesgos comunes y cómo ese sólo hecho era suficiente para establecer un estrecho vínculo de comprensión entre todos los tripulantes de a bordo, cualquiera fuese su jerarquía, grado o especialidad. Recordé aquel hermoso verso de la Oda al mar, del afamado médico y poeta español nacido en las islas Canarias en 1882, Tomás Morales, que dice;
Todos sois necesarios, todos,
desde el grumete joven,
recién nacido apenas a la brisa salobre
hasta el Contramaestre de pómulos de cobre y cana sotabarba
que en el túrgido vientre de las nubes escarba
tempestad o bonanza…
Al parecer, mis palabras lograron el efecto deseado. María Angélica no disimuló una furtiva lágrima…
A continuación agregué: -La Marina de Chile es una institución tradicionalista por excelencia y estoy seguro que durante estas semanas a bordo ustedes han captado ese espíritu, que no es otro que el que nos legaron los que nos precedieron en la guerra o en la paz. Es justamente por esa misma razón que ustedes -como «cucalones» que son- no podían escapar a tales designios, que son comunes a todos los civiles que se embarcan en los buques de guerra sin pertenecer a la dotación…
En ese momento el sargento radiotelegrafista golpeó la puerta de la cámara interrumpiendo abruptamente mi inspirado discurso:
– Permiso, mi comandante, mensaje urgente para el director de la película…
– Adelante -respondí, pasando luego la tabla de mensajes a Rafael.
El mensaje decía:
«Con inmensa alegría comunico usted asunto películas falladas fue sólo ‘broma de cucalones’ pto. Las películas Kodak están saliendo cada día mejor calidad pto. Afectuosos saludos. (Fdo.) María Teresa.»
Silencio, … estupor, … incredulidad, … alegría, … mezcla de risas nerviosas y lágrimas de emoción.
El almuerzo que se sirvió a continuación -de mantel largo- fue el más alegre de toda la comisión. El equipo fílmico demostró haber captado bien aquello de las tradiciones navales ya que nos ha brindado su comprensión y amistad a pesar de que han transcurrido 25 años de esta historia -que aunque perversa- no dejó de ser magistral.
Nota del autor. Las películas que dieron origen a esta narración fueron Paralelo 56 sur y Faro Evangelistas. Se exhiben regularmente en cine y televisión durante el Mes del Mar.
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Fuente: Revista de Marina N° 2/1990. Publicada el 1 de abril de 1990
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